lunes, 10 de noviembre de 2008

El reino del revés

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"El dogma de que los derechos humanos son superiores a los derechos de propiedad sólo significa que algunos seres humanos tienen derecho a hacer de otros su propiedad, y como el competente no tiene nada que ganar del incompetente, ello representa el derecho de éste último a adueñarse de los mejores y a utilizarlos como ganado productivo. Quién considera esto como humano y justo no tiene derecho al título de humano"

Ayn Rand, La rebelión de Atlas, p. 1004

El día de las elecciones en Estados Unidos escuché el debate entre los panelistas de Fox News sobre sí ese país seguía siendo de centro-derecha o era ahora de centro-izquierda. Lamentablemente, en mi país ya no tiene sentido plantear ese problema. Culturalmente, más allá de lo que el simple relato de los acontecimientos pueda decir, somos un país que ha girado alrededor de la izquierda la mayoría de las veces. ¿Cómo se explica, si no es así, que al oficialismo le sea tan fácil aprobar y justificar ante la opinión pública el saqueo del dinero de los futuros jubilados? Simplemente porque el derecho de propiedad se convirtió en algo circunstancial, que no necesita ser defendido ya que el argentino promedio todavía cree que son los privados los que le roban.

El espíritu de 1853, de la creación de un gobierno limitado destinado a trabajar para proteger a la gente, se ha reemplazado por los lugares comunes instalados por el peronismo sobre lo que un gobierno debe hacer. La necesidad se transformó en fuente de derechos y a partir de ahi el ciudadano medio, ese que con su esfuerzo diario consiguió todo lo que tiene, comenzó a ser insultado y despreciado por las autoridades. Pero no respondió. Permitió que el juego siguiera.

¿Cómo se puede entender entonces, que después de la catástrofe que representaron décadas de estatismo todavía esté presente en la sociedad la idea de un Estado que representa el bién común y la solidaridad frente a los avaros intereses privados?

Ronald Reagan decía en su discurso de asunción -27 años atrás- que una mayor acción del gobierno no es la solución a los problemas. En la Argentina la solución a todos los problemas siempre se busca a través del gobierno. Se muere el gato de la anciana del barrio, y el Estado debe regalarle dos. Cuarenta familias usurpan un edificio, y el Estado debe garantizarles la "vivienda digna". Un mujer sale en televisión a decir que alquila su vientre, e inmediatamente llega -a lo Superman- el Ministerio de Desarrollo Social, a ver cómo puede arreglarlo. Oímos sobre cualquier tipo de problema, y lo primero que se escucha después de enunciarlos es ¿Cómo puede ser que el Estado no intervenga?

El populismo ha conseguido convertirse en una droga bastante eficaz en la medida de que, cuánto más se aplica, más necesaria se vuelve para los que la demandan. Si en éste país la oposición comete los mismos pecados populistas que el oficialismo, eso se debe a que el electorado argentino no votaría jamás a un candidato que promueva un uso eficaz del gasto público y el respeto por las instituciones.
Un analista de La Nación decía en las vísperas de las elecciones de abril de 2003, que lo positivo del proceso era que la sociedad se había corrido al centro. Bastarían sólo dos años para comprobar lo equivocado que estaba. En las legislativas del 2005, los dos principales candidatos fueron Cristina y Chiche Duhalde, peleándose para ver quién podia ser más peronista.

Sólo 75 de 257 diputados votaron en contra de la estatización de las AFJP, y sólo 79 se opusieron a la de Aerolíneas. Estoy tratando de pensar qué futuro tendría María América González (la defensora del pueblo, no de la banca privada) si fuera congresista en Estados Unidos. No duraría ni dos minutos. Este tipo de diputados son el especímen más raro de la historia democrática: pretenden ser opositores, lo son en las formas, pero a la hora de votar, presionan el mismo botón que Borocotó. Que nuestros derechos fundamentales estén en manos de gente como ésta, es algo que debería asustar a cualquier ciudadano que no viva en una burbuja.