Encontrar un nuevo rumbo en medio de una gran debacle educativa, el irrespeto a las autoridades y en simultáneo, el crecimiento de la delincuencia es el menos complicado, sobre todo si lo que se pretendió en esta última década, es reconstruir políticas de seguridad en una continua comparación con los 90, período del que por cierto nos hemos alejado hace casi 20 años. Siete años de estancamiento político y económico, en donde las medidas siempre se definieron en torno a lo que no eran: “no somos menemistas”, “no somos golpistas”, “no somos oligarcas”, “no somos la derecha”, no sabemos realmente como se autodefinen, aunque sin problemas podríamos definirlos. Hoy, avistando una nueva década, sufriendo la institucionalización de un modelo que pretendió mucho y logró poco, quiso redistribuir y se sostuvo combativo… Pretendió enfrentarse a Godzilla cuando ni siquiera podía pararse solo. En dos períodos presidenciales no logró sus propósitos, y sin lugar a dudas, está dejando muchísima más incertidumbre que la tan nombrada crisis de 2001. Se propuso acabar con la pobreza y con lo único que logró terminar es con la credibilidad del INdEC. La estafa de un modelo cuyo objetivo más importante es ser máquina del tiempo; y que tiene entre sus filas al rejunte terrorista de la década de los 70.
Volviendo a lo que me motivó a escribir: el vació que se viene produciendo en las familias argentinas y que encuentra en los jóvenes su máxima expresión, y para lo que aún, como en muchas otras materias, no se vislumbra una posible solución. Los valores de los que han sido depositarios los habitantes de nuestro país hace un siglo atrás, se encuentran irreconocibles hoy día e irreconciliables con las clases más bajas. Los sectores de menor poder adquisitivo fueron aquellos que en la mayoría de los casos impulsaron el progreso de la república. Aquellas poblaciones forjaron nuevos habitantes profesionales y ante todo trabajadores incansables para lograr el progreso personal y familiar y rehuir de una condición de pobreza que no condicionaba sus sueños de ascenso. Viéndonos hoy en día en una situación de deterioro sistemático de los valores que hicieron grande a este país, se hace difícil adoptar posturas cómodas en donde mirar a un costado haga que se solucione gran parte de la cuestión. No considero que la asistencia social sea el método apropiado para afrontar con inteligencia esta situación, los centros de recuperación o institutos de menores se han convertido en academias certificadas de delincuencia juvenil y la disciplina junto con el esfuerzo personal son malas palabras. Políticas pésimas están condenando a un país a un futuro demasiado incierto, niños que aún no superan la etapa de la infancia están consumidos por la droga, convencidos de que la educación jamás solucionará algunos de sus problemas, sintiendo una lejanía dolorosa y un odio perpetuo al trabajo como la única fuente de sustento. Reivindico la tarea de las madres y padres que con mucho esfuerzo intentan salvar a sus hijos de aquellas situaciones, pero a pesar de servir como valiosos ejemplos, todavía son muy pocos los casos. Las familias cumplen un rol fundamental en el país, y es en su seno que deben formarse los futuros hombres de bien que gobernarán la república directa o indirectamente desde la participación democrática; sin embargo no se promueve la participación en la construcción, peor aún, se fomenta el “desligue” de toda la responsabilidad y se transfiere esa tarea de contención y formación primaria a la institución escolar, (donde al ritmo de la omnipresencia, aumenta el vapuleo) o al estado desde la asistencia permanente, que luego toma tal o cual plan social como una herramienta particular de manipulación a la hora de las elecciones. Bajar la edad de imputabilidad es una buena medida a llevar a cabo; una idea que era atribuida a la “derecha”, hoy es compartida por la mayoría de las facciones políticas. Otra paradoja. Pero sobre todo, aquí el centro de la escena lo ocupa la familia, el hecho de que padre o madre o ambos, deban salir a trabajar para poder sostener la familia que eligieron a conciencia constituir, no es en absoluto una excusa para deslindarse de la responsabilidad. La paternidad responsable y la planificación familiar son dos factores que hacen al mejoramiento de la calidad de vida. Los padres son los únicos garantes de que esto ocurra, y no vale la pena, o vale bastante poco, si la preocupación comienza una vez que este proceso de deterioro hizo estragos en la conducta de los adolescentes. El compromiso debe estar desde la concepción y de ahí en adelante, afrontar las circunstancias futuras desde la acción racional y no bajo impulsos irracionales que conducen al odio o al resentimiento eterno a aquellos que, con mayores o menores obstáculos eligieron un camino tan legítimo como el de trabajar arduamente. Actualmente vemos muy lejano un profundo cambio de valores, pero las experiencias a largo plazo conducirán a ello y será sin duda, la verdadera gran transformación.
Volviendo a lo que me motivó a escribir: el vació que se viene produciendo en las familias argentinas y que encuentra en los jóvenes su máxima expresión, y para lo que aún, como en muchas otras materias, no se vislumbra una posible solución. Los valores de los que han sido depositarios los habitantes de nuestro país hace un siglo atrás, se encuentran irreconocibles hoy día e irreconciliables con las clases más bajas. Los sectores de menor poder adquisitivo fueron aquellos que en la mayoría de los casos impulsaron el progreso de la república. Aquellas poblaciones forjaron nuevos habitantes profesionales y ante todo trabajadores incansables para lograr el progreso personal y familiar y rehuir de una condición de pobreza que no condicionaba sus sueños de ascenso. Viéndonos hoy en día en una situación de deterioro sistemático de los valores que hicieron grande a este país, se hace difícil adoptar posturas cómodas en donde mirar a un costado haga que se solucione gran parte de la cuestión. No considero que la asistencia social sea el método apropiado para afrontar con inteligencia esta situación, los centros de recuperación o institutos de menores se han convertido en academias certificadas de delincuencia juvenil y la disciplina junto con el esfuerzo personal son malas palabras. Políticas pésimas están condenando a un país a un futuro demasiado incierto, niños que aún no superan la etapa de la infancia están consumidos por la droga, convencidos de que la educación jamás solucionará algunos de sus problemas, sintiendo una lejanía dolorosa y un odio perpetuo al trabajo como la única fuente de sustento. Reivindico la tarea de las madres y padres que con mucho esfuerzo intentan salvar a sus hijos de aquellas situaciones, pero a pesar de servir como valiosos ejemplos, todavía son muy pocos los casos. Las familias cumplen un rol fundamental en el país, y es en su seno que deben formarse los futuros hombres de bien que gobernarán la república directa o indirectamente desde la participación democrática; sin embargo no se promueve la participación en la construcción, peor aún, se fomenta el “desligue” de toda la responsabilidad y se transfiere esa tarea de contención y formación primaria a la institución escolar, (donde al ritmo de la omnipresencia, aumenta el vapuleo) o al estado desde la asistencia permanente, que luego toma tal o cual plan social como una herramienta particular de manipulación a la hora de las elecciones. Bajar la edad de imputabilidad es una buena medida a llevar a cabo; una idea que era atribuida a la “derecha”, hoy es compartida por la mayoría de las facciones políticas. Otra paradoja. Pero sobre todo, aquí el centro de la escena lo ocupa la familia, el hecho de que padre o madre o ambos, deban salir a trabajar para poder sostener la familia que eligieron a conciencia constituir, no es en absoluto una excusa para deslindarse de la responsabilidad. La paternidad responsable y la planificación familiar son dos factores que hacen al mejoramiento de la calidad de vida. Los padres son los únicos garantes de que esto ocurra, y no vale la pena, o vale bastante poco, si la preocupación comienza una vez que este proceso de deterioro hizo estragos en la conducta de los adolescentes. El compromiso debe estar desde la concepción y de ahí en adelante, afrontar las circunstancias futuras desde la acción racional y no bajo impulsos irracionales que conducen al odio o al resentimiento eterno a aquellos que, con mayores o menores obstáculos eligieron un camino tan legítimo como el de trabajar arduamente. Actualmente vemos muy lejano un profundo cambio de valores, pero las experiencias a largo plazo conducirán a ello y será sin duda, la verdadera gran transformación.
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