El único lugar del mundo donde un cuerpo legislativo estaría dispuesto a recortarse facultades constitucionales, abdicándolas en el Ejecutivo, debe ser sin lugar a dudas la Argentina.
En cualquier país normal, uno esperaría que el Congreso -dejando de lado si está controlado por el mismo partido que el Ejecutivo- busque tener el mayor protagonismo posible, quitando relevancia al presidente de turno y adjudicándose un rol preponderante en la creación de políticas públicas.
Sería una comedia muy absurda, si no se tratara de instituciones reales, la comparación entre el Legislativo de un país normal y el Congreso argentino. La confirmación a la Corte Suprema de la jueza Sonia Sotomayor en Estados Unidos fue un proceso complejo donde fue cuestionada por republicanos y reconocida por demócratas, pero ninguno de los dos partidos minimizó el importante rol del senado en su confirmación.
Tratemos de comparar eso con cualquier discusión en el congreso argentino: todo es convertido en un asunto de "gobernabilidad" un concepto que sólo es un resabio de un sistema caudillista, del cual el electorado tiene mucha responsabilidad por su perpetuación: cuando votamos a alguien a la presidencia, nos gusta darle todo el poder para que nos lleve por el camino que quiera. "Balance de poder" debe ser un término inexistente en la ciencia política argentina. Aunque el sistema de listas sábanas también contribuye a ese esquema tramposo.
Los legisladores oficialistas jamás le prestan demasiada atención a los proyectos enviados -dudo que muchos de ellos los lean- sino que su labor legislativa y votaciones se basan exclusivamente en las siguientes máximas: "Si lo mandó la presidenta, yo voy a apoyar a la presidenta" y "¡Al carajo con esas mariconadas pequeñoburguesas de la división de poderes!"
La mayoría de ellos son simples lacayos de la Casa Rosada. Ni siquiera podemos decir que cambian de posición a pedido de sus amos, sino que cambian de posición frente a cualquier telefonazo que venga de Olivos. El senador (deshonra para el título) Miguel Pichetto, se ha visto varias veces en esa situación, exacerbada por la improvisación del kirchnerismo, que lo lleva a querer debatir y querer suspender el debate, todo en la misma sesión.
Como si no fuera suficiente con que se reúnan a votar y aprueben las medidas más retrógradas de la última década como estatizaciones masivas o impuestazos tecnológicos, ahora insisten en delegarle facultades a un Ejecutivo desgastado y que insiste en llevar a cabo venganzas personales contra aquellos que, según su pésima visión de la realidad, les hicieron perder las últimas elecciones. Ya ni siquiera hablamos de un mínimo de racionalidad política, para el gobierno todo tiene que ver con un revanchismo visceral que hace que incineren las cuentas públicas en pos de cumplir sus utopías ideológicas extinguidas en todo lugar donde reine la cordura.
Y mención especial merecen los diputados de los bloques de izquierda, como Solidaridad e Igualdad o Proyecto Sur. Aparentemente los mismos tipos que creen que el problema del kirchnerismo es que no va más allá con sus postulados, pensaron que está bien delegarle el poder a ese personaje que en su momento les parecía "demasiado neoliberal". Bravo, muchachos. Siempre demostrando que pueden ser los idiotas útiles de cualquier lacra que les sea afín ideológicamente.
El Congreso argentino, además de atravesar la adolescencia ideológica, vive en una clara niñez institucional. Le es imposible reconocer su rol, ponerse los pantalones y actuar por sí mismo. Los parlamentarios ingleses (y ya ni me refiero a los históricos, seguramente los actuales también) organizarían un suicidio en masa de conocer a los diputados argentinos.
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