El publicista Omar Bello me sorprendió gratamente en la última edición de la Revista Noticias, describiendo de manera brillante algo que pienso desde hace mucho tiempo:
Una de las peores herencias del kirchnerismo es el crecimiento y expansión de esta generación de periodistas “cool” que, de la mano del progresismo político, van por la vida pescando mojarritas que venden a precio de tiburón.Desde los que visitan las villas asombrándose de los “horrores” que dejó el capitalismo de los noventa (importa poco que estemos en el 2009) hasta aquellosque recorren las cárceles desde una mirada comprensiva, o los que dicen “últimadictadura” cada cinco minutos tomando un trago en cámara y haciéndose los cancheros.
Siempre me pareció que todos los periodistas que constantemente apelan a una supuesta "transgresión" tienen en común ser mucho más complacientes con el poder que aquellos que no pretenden todo el tiempo ser rebeldes. Después de todo, es una rebeldía barata, diseñada para que cualquier consumidor de la misma pueda sentirse bien, creyendo que encontró la causa de los males del mundo, mientras en el fondo subsisten los mismos problemas y los mismos valores falaces que los sostienen. Porque de eso se tratan estos productos, de que un lector cualquiera pueda sentirse indignado junto con Beatriz Sarlo ante sus quejas por la desaparición de las calesitas o las similitudes entre un shopping de Arizona y otro de Palermo. La conducta posterior que se espera de este público, consecuencia lógica para los autores de estas locuras en general, es que aquél advierta la naturaleza perversa y demoníaca del capitalismo global.
El artículo de Bello señala el caso particular de Caiga Quien Caiga,
programa que durante todos estos años se encargó de denunciar con arrojo y valentía la formación de charcos en las veredas de González Catán mientras sus noteros jugaban a ser Dustin Hoffman en El Graduado cada vez que tenían la oportunidad de estar cerca de Cristina Kirchner. Verdadero periodismo transgresor, seguro.
Lamentablemente la lista no termina ahí. A Bello se le olvida agregar que los programas políticos de la televisión abierta son una especie en extinción -otro efecto del kirchnerismo- y desde entonces, se encargan de cumplir ese rol los llamados "programas de archivo" que, por supuesto, se rigen por la misma línea ideológica de los casos mencionados. El ejemplo más obsceno de ese populismo adaptado para televisión es TVR, el programa de Diego Gvirtz. El programa debe tener el récord de haber mostrado todos los lugares comunes del progresismo en una forma accesible para el público medio. Desde reproducir de manera fiel todas las mentiras de Olivos durante el conflicto con el campo, acusando a productores agropecuarios de golpistas y nazis, hasta convertir a Castro y Chávez en los salvadores del futuro de latinoamérica, Gvirtz nunca pierde el momento para bajar línea política en un programa que había comenzado como
humorístico, y que quizás continúa siéndolo, aunque de otra manera. El tipo quizás se imaginaba a si mismo como el Michael Moore argentino, y continúa haciendo el ridículo semana tras semana. Básicamente, el programa es una adaptación de Página/12 para televisión. (Y uno a veces se pregunta si los comentarios de los conductores no estan guionados por José Pablo Feinmann)Ser un "transgresor" para esta clase de periodistas, es estar en contra de un supuesto "establishment" u orden establecido que les resulta cada vez más dificil encontrar en la realidad, sobre todo porque los equivalentes de ellos en el terreno político han acaparado todos los espacios de poder y, por pura casualidad, han aplicado justamente las ideas que ellos tienen. Son tan incoherentes como Edgardo Depetri diciendo que Macri es el candidato del poder.
Y mientras el juego de la rebeldía barata continúe expresando su valor en altos ratings, seguirá pasando el tiempo hasta que tengamos un periodismo que deje de ser complaciente con ideologías fracasadas y pateando caídos, y se anime a cuestionar a los poderosos cuando éstos tengan la suma del poder público. Si lo hacen cuando termina el cíclo, ¿de qué sirvió?