Ayer tuve el desagrado de ver una entrevista a Federico Luppi hecha por el canal Cristina5Néstor, donde el actor destacaba como un hecho extraordinario del gobierno de Kirchner la acción de descolgar el cuadro de Videla en la Escuela de Mecánica de la Armada. Profundizando, el actor dijo que haciendo esto, Kirchner fue el primer presidente que asumió el rol de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
No importa que otros dos presidentes desde 1983 a la fecha hayan sofocado tres intentos de golpe de Estado, realizado un juicio a las Juntas, enviado tropas al Golfo Pérsico y a Kosovo, terminado con el servicio militar obligatorio y con el rol preponderante del ejército en la política argentina. Esos fueron verdaderos hechos, acciones importantes que tuvieron consecuencias para la historia posterior. Pero nada de eso importa. Aparentemente lo único importante son los actos simbólicos, que tienen que ver más con lo imaginario que con la realidad, con la creencia de que fabricar o eliminar una imagen tiene algún efecto sensible en el mundo real, más allá de ofender a algunos y movilizar emocionalmente a otros.
En la misma entrevista el actor dijo que valoraba las cualidades de Cristina Kirchner como oradora, explicando que estas serían vitales para que la presidente pueda convencer con discursos a los inversores para venir al país. De nuevo nos encontramos con la misma lógica (si es que se la puede llamar así), la riqueza y el capital vendrán a la Argentina, según Luppi, si una jefe de Estado le ofrece a potenciales inversores un seminario de sus charlatanerías seudointelectuales. Olvídese de la seguridad jurídica, de la independencia del Poder Judicial, de las reglas de juego claras, de los impuestos bajos y de la facilidad para iniciar emprendimientos. Nada de eso. La capacidad retórica de Cristina Kirchner hará aparecer por arte de magia las inversiones necesarias con el solo acto de enunciar amablemente a los inversores una realidad que existe sólo en su propia mente.
El problema de un pensamiento como este es que no lo tiene solamente Federico Luppi. Es parte de una amplia tradición populista y autoritaria, que busca cubrir los rotundos fracasos con gestos simbólicos que apelan a los sentimientos de algunos sectores. Durante el nazismo y en los regímenes comunistas de Europa Oriental, era común que las grandes manifestaciones y el cine de propaganda fueran utilizados por los gobiernos para mejorar su propia imagen.
Visto todo esto, no es difícil entender la necesidad del gobierno por imponerse en materia comunicacional. Una vez que se enfrentan con un dato negativo de la realidad, la solución no se encuentra en mejorar ese indicador, sino en producir un relato que ignore por completo a ese elemento. Si la realidad se materializa con sólo ser enunciada, puedo creer que mi gobierno es el mejor de la historia si me encargo de que ese mensaje se repita continuamente por cadena nacional, y si logro tapar otros mensajes que digan lo contrario.