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Explorando la decadencia que sufre el país en todos los niveles, sin caer en un irrecuperable fatalismo y dejando atrás un ambicioso análisis que totalice la realidad, intenté llegar a algún punto que conjugue los diferentes aspectos que le están brindando una base sólida a este espíritu de empobrecimiento moral, progresivo que necesitamos erradicar. La música, un género específico de música, ha ingresado en la escena social como ese factor que institucionaliza la decadencia, la miseria y promueve la tergiversación de los valores. La “cumbia villera” tiene sus orígenes en los inicios del siglo XXI, y es en Argentina donde sus letras se han hecho carne; en los estratos sociales más bajos primero, y escalando hacia otras dimensiones después.
Esta música se aleja totalmente de cualquier expresión cultural de protesta social contra un sistema político y económico de turno, nada tiene que ver con el género del Hip-Hop, Rap o incluso el Rock and roll. Sus letras reflejan un odio explícito al sistema de valores tradicionalmente aceptados, resienten cualquier deseo de progreso, y es claro que ninguna de ellas propone una alternativa. Sus autores promueven la adopción de valores negativos como la pobreza, la miseria, la drogadicción y la falta de dignidad; pensamientos básicos envasados y listos para consumir en un mercado bailantero demandante.
Ante todo, la cumbia villera está legalizando la delincuencia. Este género no expresa un modo de vivir la vida, sino un modo de permanente confrontación con la muerte. Sus letras alteran cualquier buena expectativa, congenian los papeles de víctima y victimario de una manera tan sutil, que cualquier joven tienen acceso a información necesaria para convertirse en un resentido social o en el peor de los casos, en un asesino. Enunciados para vivir la vida fácil, con acceso directo a todos los fines, apartando del juicio crítico todos los medios.
Buscando las letras más difundidas de grupos de cumbia villera, llegué a fragmentos que mutilan el sentido de un proyecto de vida:
- “si sos anti chorro vas a perder / con una nueve en mano / hasta los dientes vamos armados / vamos re locos bien jugados / robando bancos y mercados” (Pibes chorros)
- “No puedo caminar de tanto jalar / estoy re cantina yo quiero vitamina / me compro una bolsa y estoy pila, pila” (Damas Gratis)
- “yo quería ahogarme en una pileta de vino / y morirme re mamado ahogado en mi pileta de vino / que levanten las mano’ el que quiere morirse / mamado, ahogado en mi pileta de vino” (Damas gratis)
-“colarte un dedo no querés / cuidado, cuidado / que tu agujero es muy delicado”
No es necesaria una búsqueda exhaustiva para toparse con semejantes muestras. Los jóvenes de hoy, asumieron como positivos los valores que excreta el género y los informes televisivos que tienen como principales protagonistas a presidiarios no hicieron más que legitimar ese velo de mártires que viste a sujetos que aceptan como verdaderas y válidas, máximas de vida paupérrimas y autodestructivas. La población trabajadora, fue reemplazada por jóvenes que deambulan sin rumbo fijo por la vida, analfabetos, sin identidad legal, disminuidos mentalmente por el consumo de drogas y con un poder de intervención social y política sumamente acotado, pero con un instrumento muchísimo más peligroso: una nueve milímetros al que cualquiera puede acceder y un cigarrillo de pasta base que presta el impulso.
Considero que es aquí donde debería actuarse, tenemos frente a nosotros un arma de gran alcance que destruye como una pandemia el futuro de este país. Paralizados en un presente incierto, sembramos la semilla indicada para un futuro de las mismas características. La apología del delito y de la vida parasitaria es aceptada desde la difusión de este género. Pensando en este sentido, recuerdo el engorroso proceso judicial que tuvo como protagonista a Andrés Calamaro, por haber incitado al consumo de drogas, con su frase: “Que linda noche para fumarse un porrito” en una de sus presentaciones en la ciudad platense. Damas gratis, Pibes chorros, y todas las bandas que tienen como estandarte la promoción de estos raros valores, violan explícita y sistemáticamente el artículo 213 del Código penal argentino, pero aquí la justicia es ciega, sorda y muda. El límite es muy estrecho, y todavía no entiendo la vara con que se juzga: ¿librepensadores o criminales?
7 comentarios:
Personalmente creo que el tema no pasa tanto por la oferta sino por la demanda. Por algún motivo esas letras venden. No me parece demasiado relevante su emisión, sino que haya suficiente cantidad de personas que se sientan identificadas con ellas como para que sea negocio cantarlo.
Creo que debe primar la libertad de expresión, por más que nos parezca odioso lo que transmiten los autores de semejantes letras. Creo que lo peor es que haya un público que consuma esto y tome esas letras como un modelo de vida posible.
No, no me parece que eso sea libertad de expresión. Estamos hablando de profesores formando a chicos, no pueden decir lo que tengan ganas, especialmente si son mentiras y datos falsos.
No creo que eso sea libertad de expresión.
Coki, me estaba refiriendo al caso de la cumbia villera y demás "artistas" que hacen cosas horribles. Que digan lo que quieran, mientras no obliguen a nadie a pagar por su música.
En el caso del último post sobre la educación, sí me parece terrible el daño que se hace sobre la formación de futuros ciudadanos.
Francisco D'Anconia sos un pobre y triste pelotudo
Wow, anónimo, que argumentos. Imagino que no seré tan pelotudo como vos, que entrás a un blog a dejar como comentario un renglón con insultos.
Me llamó mucho la atención la analogía de Coki, de un músico con un profesor. La música no está obligada a cumplir una función didáctica.
No le veo sentido yo tampoco a sus letras, su ritmo no me gusta, pero hay gente a la que sí. Si quieren escucharla y bailarla en sus fiestas, que lo hagan. Si un chorro roba, que no busque excusas diciendo que la cumbia lo incitó. Es imposible que una canción haga que una persona cometa delitos, eso sería excesivamente determinista.
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