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Si enfrentar un proceso electoral es siempre más fácil para quien está en el poder, sumado a la increíble ventaja que otorga manejar los recursos del Estado argentino, se vuelve una situación terriblemente despareja para cualquier candidato opositor, por fuerte que sea. La reforma política del año pasado transformó esta ventaja en insalvable: la financiación privada y la publicidad televisiva, dos de los principales recursos utilizados por Francisco De Narváez en 2009, quedaron eliminados de esta campaña. Fue una ley a medida de los perdedores de esa elección, para que el "error" no se vuelva a repetir.
Sin embargo, Cristina Kirchner está encontrando otra ventaja, impensable para cualquiera que haya vivido estos ocho años del régimen actual: una oposición desastrosa. Casi todos están pensando más en salvar su propio futuro político -con estrategias bastante dudosas para lograr ese objetivo- que en recuperar la república y las libertades armando una alternativa y luchando para conseguir la mayor cantidad de votos.
Nos desayunamos con que Mauricio Macri, que salía segundo en la mayoría de los sondeos nacionales, abandona la carrera presidencial para buscar su reelección en Capital Federal. Todavía no termino de entender cuál es el cálculo detrás de todo esto. Si la idea era convertir al PRO en un partido nacional, sumar diputados, senadores o gobernadores y armar un espacio de centro-derecha, la decisión de Macri le hace un flaco favor a este objetivo. Incluso perdiendo las elecciones presidenciales con un buen caudal de votos podría haber sumado suficientes cargos como para detener algunos atropellos del kirchnerismo y tendría una buena base de poder para la próxima elección en 2015.
La única opción que queda es... Ricardo Alfonsín. Un tipo que tiene el único mérito de ser el hijo de un presidente anterior, que se fue con una de las peores hiperinflaciones de la historia. Alfonsín Jr. parece no haber hecho ningún tipo de autocrítica sobre la presidencia de su padre, y elige culpar de sus errores a las condiciones externas. Se puede decir que Ricardo no fue parte del gobierno de su padre y no se lo puede responsabilizar por eso, pero la falta de voluntad para reconocer errores previos no es un signo promisorio. Si se le preguntara qué proyecto importante del gobierno derogaría o daría marcha atrás, el único candidato "opositor" que sigue en carrera no sabría que responder.
Para sumarle decepción a este panorama, no sólo no da ninguna muestra de querer correrse al centro sino que insiste con aliarse a partidos de la izquierda más retrógrada (PS y Proyecto Sur) que convalidaron todos y cada uno de los peores atropellos del kirchnerismo.
El inexplicable autismo en el que viven los hace subestimar la peligrosidad de la turba gobernante. No les parece suficiente terminar con los bloqueos a diarios, los aprietes a periodistas, la manipulación de las estadísticas, las prohibiciones arbitrarias para importar o exportar, el reparto de cargos y prebendas a los amigos y la sistemática violación de la ley. Y ni hablemos de los graves problemas de infraestructura, inflación, inseguridad. Si importa más mantener un cargo para cierto partido o no arriesgarse a la derrota que prevenir la instalación del chavismo en Argentina, será que sinceramente les importa bien poco el futuro de la república.
Tal es el estado desesperante de muchos dirigentes que, ante el más reciente atropello kirchnerista, ninguno supo bien cómo objetar la presencia de directores estatales en empresas privadas. Hasta quienes participan de lo que es considerado un partido de centroderecha no se oponían a la participación estatal en sí, sino que criticaban que se nombrara a militantes de La Cámpora y no a otros. Si todo es una cuestion de personas y no de políticas, la cosa no va a cambiar demasiado.
Esto último se relaciona también con lo ideológico: casi todos se desesperan por ser considerados "progresistas" y no quedar a la derecha del gobierno, hasta en temas que la Concertación chilena o el Frente Amplio uruguayo considerarían inaceptables.
Como Vargas Llosa dijo en su conferencia de la Feria del Libro, la libertad de expresión existe sólo si se la ejerce. Para salir de esto hay que abandonar las antinomias infantiles de izquierda o derecha. Para avanzar hay que animarse a denunciar lo que no es correcto, por más que no aporte votos hacerlo. Para preservar un Estado de Derecho hay que ejercer el rol de oposición, ese que en un país serio, nadie tendría miedo de ejercer.